Michael Frank's
martes, 24 de diciembre de 2019
domingo, 1 de diciembre de 2019
Dejar ir
“No es soberbia, es amor.
La verdad es que no somos para todos, y no todos son para nosotros. Eso es tal vez lo que nos hace especiales. Aprendemos a descubrir lo precioso porque hemos experimentado lo que no lo es.
Pero mientras más tiempo pasamos tratando de forzar a alguien a amarnos cuando no son capaces, más tiempo nos estamos privando de una genuina conexión. Nos están esperando. Hay muchos peces en el mar, y muchos se van a encontrar con nosotros a otro nivel, con otra vibración y en otra parte del camino que estamos recorriendo.
Y cuanto más tiempo nos quede metidos en la familiaridad de la vida y en la tesitura de la gente que nos usa como cojín; más tiempo nos mantenemos fuera del lugar que anhelamos.
Tal vez nos olviden por completo. Tal vez dejando de intentarlo la plantita de secará. Tal vez dejando de enviar mensajes de texto, nuestro teléfono permanecerá oscuro durante días y semanas. Y es que quizá dejando de amar el amor se disolverá, como las olas nos roban la arena de las manos.
Y eso no quiere decir que lo hayamos arruinado. Significa que lo único que lo sostenía era la energía que sólo nosotros poníamos. Eso no es amor. Eso es apego.
La cosa más preciosa e importante que tenemos en la vida es nuestra energía. No es nuestro tiempo lo que nos está limitado, es la energía. O la falta de ella. Lo que damos cada día es lo que volverá a nuestra vida. En lo que gastamos nuestro tiempo es lo que definirá nuestra existencia.
Cuando nos damos cuenta de esto es cuando empezamos a entender por qué estamos ansiosos cuando pasamos tiempo con gente que no aporta, y en trabajos o lugares o ciudades que no convienen.
Es ahí cuando comenzamos a darnos cuenta que lo más importante que podemos hacer por nuestra vida y por nosotros mismos (y por todos los que conocemos) es conservar esa energía más ferozmente que cualquier otra cosa.
Hacer de nuestra vida un refugio seguro en el que sólo se permita a las personas que puedan cuidar, escuchar y conectarse.
No somos responsables de salvar a la gente.
No somos responsables de convencerlos de necesitar ser salvados.
No es nuestro trabajo estar para la gente y entregarles nuestra vida, poco a poco, momento a momento, porque nos compadecemos de ellos, porque nos sentimos mal, porque “deberíamos”, porque en la raíz de todo esto, la verdad es que tenemos miedo de que no nos devuelvan el favor.
Es nuestro trabajo darnos cuenta que somos los amos del destino, los capitanes de nuestra propia alma y que estamos aceptando el amor que creemos merecer.
Decidamos una amistad real, un compromiso verdadero y un amor completo con las personas que están en nuestro universo.
Entonces esperemos en la oscuridad, sólo por un momento... Y miremos lo rápido que todo comienza a cambiar.
Amor propio sobre todo, o quizá congruencia.
Lo cierto es que el amor no desaparece, no se va. Seguimos amando, pero desde otra perspectiva o desde otra comprensión, entendimiento y consciencia.
Quizá sea una de las cosas más difícil que hacer en la vida, pero será seguro también la más importante: soltar aquello que no nos quiere sostener. Deja de tener conversaciones difíciles con gente que no quiere cambiar. Deja de estar para gente que es indiferente a nuestra presencia. Deja de dar amor y energía a gente que no está lista para amarnos.
Y sé que es hasta una cuestión de supervivencia; hacer todo lo que podemos para ganarnos las buenas gracias de los otros, pero también es un impulso que nos robará el tiempo, la energía y hasta la cordura.
Y esto no significa que tengamos de dejar de ser quienes somos. Significa, más bien que tenemos que apartarnos de personas que no están preparadas para amarnos. Porque al fin y al cabo si no pueden soportar toda nuestra oscuridad ya no merecen ni un destello de luz.
A diario somos excluidos, insultados o sutilmente olvidados. Quizá hasta fácilmente ignorados por personas con las que pasamos la mayor parte del tiempo. No les estamos haciendo un favor al continuar ofreciéndoles nuestra energía y nuestra existencia.
Quizá sea una de las cosas más difícil que hacer en la vida, pero será seguro también la más importante: soltar aquello que no nos quiere sostener. Deja de tener conversaciones difíciles con gente que no quiere cambiar. Deja de estar para gente que es indiferente a nuestra presencia. Deja de dar amor y energía a gente que no está lista para amarnos.
Y sé que es hasta una cuestión de supervivencia; hacer todo lo que podemos para ganarnos las buenas gracias de los otros, pero también es un impulso que nos robará el tiempo, la energía y hasta la cordura.
Y esto no significa que tengamos de dejar de ser quienes somos. Significa, más bien que tenemos que apartarnos de personas que no están preparadas para amarnos. Porque al fin y al cabo si no pueden soportar toda nuestra oscuridad ya no merecen ni un destello de luz.
A diario somos excluidos, insultados o sutilmente olvidados. Quizá hasta fácilmente ignorados por personas con las que pasamos la mayor parte del tiempo. No les estamos haciendo un favor al continuar ofreciéndoles nuestra energía y nuestra existencia.
La verdad es que no somos para todos, y no todos son para nosotros. Eso es tal vez lo que nos hace especiales. Aprendemos a descubrir lo precioso porque hemos experimentado lo que no lo es.
Pero mientras más tiempo pasamos tratando de forzar a alguien a amarnos cuando no son capaces, más tiempo nos estamos privando de una genuina conexión. Nos están esperando. Hay muchos peces en el mar, y muchos se van a encontrar con nosotros a otro nivel, con otra vibración y en otra parte del camino que estamos recorriendo.
Y cuanto más tiempo nos quede metidos en la familiaridad de la vida y en la tesitura de la gente que nos usa como cojín; más tiempo nos mantenemos fuera del lugar que anhelamos.
Tal vez nos olviden por completo. Tal vez dejando de intentarlo la plantita de secará. Tal vez dejando de enviar mensajes de texto, nuestro teléfono permanecerá oscuro durante días y semanas. Y es que quizá dejando de amar el amor se disolverá, como las olas nos roban la arena de las manos.
Y eso no quiere decir que lo hayamos arruinado. Significa que lo único que lo sostenía era la energía que sólo nosotros poníamos. Eso no es amor. Eso es apego.
La cosa más preciosa e importante que tenemos en la vida es nuestra energía. No es nuestro tiempo lo que nos está limitado, es la energía. O la falta de ella. Lo que damos cada día es lo que volverá a nuestra vida. En lo que gastamos nuestro tiempo es lo que definirá nuestra existencia.
Cuando nos damos cuenta de esto es cuando empezamos a entender por qué estamos ansiosos cuando pasamos tiempo con gente que no aporta, y en trabajos o lugares o ciudades que no convienen.
Es ahí cuando comenzamos a darnos cuenta que lo más importante que podemos hacer por nuestra vida y por nosotros mismos (y por todos los que conocemos) es conservar esa energía más ferozmente que cualquier otra cosa.
Hacer de nuestra vida un refugio seguro en el que sólo se permita a las personas que puedan cuidar, escuchar y conectarse.
No somos responsables de salvar a la gente.
No somos responsables de convencerlos de necesitar ser salvados.
No es nuestro trabajo estar para la gente y entregarles nuestra vida, poco a poco, momento a momento, porque nos compadecemos de ellos, porque nos sentimos mal, porque “deberíamos”, porque en la raíz de todo esto, la verdad es que tenemos miedo de que no nos devuelvan el favor.
Es nuestro trabajo darnos cuenta que somos los amos del destino, los capitanes de nuestra propia alma y que estamos aceptando el amor que creemos merecer.
Decidamos una amistad real, un compromiso verdadero y un amor completo con las personas que están en nuestro universo.
Entonces esperemos en la oscuridad, sólo por un momento... Y miremos lo rápido que todo comienza a cambiar.
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