viernes, 1 de agosto de 2014


Te amé no una, te amé mil veces. Acabé adicto, con una resaca maldita tras tus abrazos.
La aspirina para el dolor resultó ser tu beso, aunque más parecía una recaída. Convaleciente te recibí entre mis brazos, bajo la franela de mi remera. Te recibí temblando; con los ojos entreabiertos y las mejillas rojas, calientes. Te abracé en la oscuridad, procurando no llorar, sintiendo como mis ojos vidriosos se resistían a derramar lágrimas. No lloré, no lloraré, no por tí.

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