Alucinaba. Con los ojos abiertos o cerrados su figura era más clara que un ocaso, y ardía más. El tiempo se desfragmentaba y podías ver la eternidad a través de los átomos. La sinestesia era total. El cuerpo quemaba y el sonido se iba metiendo bajo la carne, por la sangre, entre las viseras. Mi imagen se disolvía frente a mis ojos. Ya no era yo, ni vos, ni elles. En ese punto infinito, en esa masa primigenia de percepciones, sentimientos y conciencia; en ese resquicio en el que una partícula le hace lugar a la otra partícula; ahí me encontré. Ahí nos escontré.
No queriendo dividirnos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario