Como un sapo en su cueva asomado al verano,
entre miles de insectos que saltan, retroceden, se atropellan, fallecen;
en una delirante actividad sin rumbo,
inútil, arbitraria, febril,
idéntica a la fiebre que sufren las ciudades.
Solo,
con la ventana abierta a las estrellas,
entre árboles y muebles que ignoran mi existencia,
sin deseos de irme, ni ganas de quedarme
a vivir otras noches, aquí, o en otra parte,
con el mismo esqueleto, y las mismas arterias,
como un sapo en su cueva
circundado de insectos.
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