Cuando era chico casi nunca tuve conciencia de esta dimensión de mi persona. Lo sospeché un poco en mi adolescencia. Tomé conciencia caminando mi juventud y vi que todo estaba dicho antes de comenzar la charla.
Es difícil aceptar a los demás, quizá porque más difícil es aún aceptarse uno mismo, aunque suene al más viejo de los clichés. Y hasta que eso sucede, y generalmente en secreto, empecé a aprender lo que serían mis reglas en el amor, el trabajo, la moral, etc.
Respetar la libertad es algo que todos debiéramos aprender. Estas líneas son más que el intento por una ordinaria confesión. Es la exteriorización de un sentimiento interno que me reclama coherencia entre lo que siento y lo que digo. Y ese es un principio que, en sí mismo, da gran sanidad mental.
No creo tener una denodada necesidad de pertenencia, tengo claro mi lugar. Y puedo ser más camaleónico que el mismo bicho.
No me va la superficialidad. No pienso relegar mi espontaneidad. No pienso desgastarme fingiendo o actuando cuando no tengo ganas.
Intento sopesar mi propia situación y mi propio contexto.
Intento derrumbar un par de estructuras, cambiar unos cuantos paradigmas. Intento y no siempre me sale. Soy solo un pibe que hace lo que puede, mientras puede, con lo que tiene mano.
No te pido que me imites, solo que no te metas en el camino.
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