Me despedaza. Ya casi no queda carne. Todos se llevaron su porción.
A la poca piedad de tu belleza le regalé mis ojos, agradezco no tenerlos para así no poder verte feliz en brazos que no son los que te sostenían.
A las mentiras de tu sonrisa le dí mi sangre entera, y me la devolviste con dolor eterno que se mueve en mis venas dañándome cada célula.
Al camino recorrido juntos le deje mis manos para que nunca las sueltes.
Mis pies los destruí corriendo sobre espinas para alcanzar todas nuestras promesas.
Los talones y el resto de la pierna se me desintegraron de tanto estar en punta de pies para alcanzar tu boca, tus secretos y tus lágrimas; pero vos te corriste, caigo al vacío.
Mis brazos se quebraron de tanto abrazar el vacío, se estallaron y deshicieron llenando de sangre mi media sonrisa de resignación. ¿Dónde estabas vos cuando yo te abrazaba?
Los oídos me los arranqué al verte de nuevo, tengo miedo de volver a creerte.
La nariz se me fue con tu aroma. Tu olor flota en el aire como el peor de mis fantasmas.
Los dientes los fui arrancando de a uno y los deje para marcar el camino de vuelta a mi dignidad; todavía sigo caminando tras tu estela, ya no me quedan perlas. Ya no me queda alma.
Los hombros se fracturaron de tanto cargarlos con problemas ajenos. De esto no culpo a nadie, yo lo elegí.
Con mi pelo hice una alfombra de entrada, siempre tuviste la costumbre de limpiar lo peor de tu bajeza en lo más alto de mi ser.
Solo queda el pecho, ahí dentro suena el corazón.
Lo sé hundirse en el pantano, no puedo hacer nada.
No puedo regalarlo, no puedo romperlo ni destrozarlo.
Es que no sé que es lo que late allí.
No conozco ese musculo, dejó de funcionar.
No sé que esta pasando.
No tengo forma de terminar este texto. Estoy perdido.
martes, 22 de marzo de 2016
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